Las lenguas en el Congreso
La incorporación del catalán, del euskera o del gallego no pretende exhibir ningún pluralismo
¿Qué dice el Reglamento del Congreso sobre el uso del catalán, el euskera y el gallego?

Creo que la pluralidad de lenguas es un patrimonio singular. No por ningún fetichismo especial, ni por las lenguas ni por la cultura, sino porque a lo largo de mi vida, como madrileño, he tenido ocasión de amar y de querer expresiones y memorias ... escritas o enunciadas en otras lenguas.
En mi segundo libro, escogí como exergo unos versos de Gabriel Aresti escritos en euskera y cuando he tenido ocasión de escuchar a Kirmen Uribe recitar sus versos he disfrutado la sonoridad de esa lengua aunque no pudiera entenderla. Con el catalán, lengua mucho más próxima, todo fue más sencillo y desde que soy un niño he escuchado con naturalidad música en ese idioma.
Desde las canciones de Raimon en el coche de mis padres a los Manel, hasta que finalmente me atreví a leer a Pla en lengua catalana y lo entendí. Todos estos detalles menores y puramente personales simplemente expresan un afecto por las lenguas de España y podrían ser un argumento para celebrar la entrada de las lenguas cooficiales que ayer unilateralmente decretó la nueva presidenta del Congreso, Francina Armengol. Pero no es el caso.
Las cosas sólo pueden conocerse a través de sus causas y en la decisión que ayer se anunció importa tanto el qué como el porqué. No es cierto que las lenguas cooficiales vayan a poder emplearse (en contra de lo expresado por los propios letrados de la Cámara) como un guiño a la pluralidad o al entendimiento entre españoles. Si esa hubiera sido la vocación real, su inclusión se habría intentado tramitar en tiempo y forma durante la legislatura pasada, abriendo un debate y modificando con un proceso debido el reglamento del Congreso.
La decisión que ayer se tomó (no se aprobó) fue simplemente el objeto de una negociación entre el PSOE y un partido fanático cuyo líder perpetró el mayor desafío a nuestro orden constitucional durante las últimas décadas. Que es la expresión de un chantaje se prueba en un hecho inequívoco: los mismos diputados socialistas y exactamente los mismos columnistas que celebraron que Meritxell Batet retirara la palabra a Albert Botran en 2022 por negarse a hablar en castellano hoy celebran el plurilingüímo súbito impuesto por el jefe. Lo único que media entre un escenario y otro es exactamente eso: la instrucción del líder y la aceptación de un chantaje.
La incorporación del catalán, del euskera o del gallego no pretende exhibir ningún pluralismo puesto que quienes han forzado esta negociación se demuestran amigos del monolingüismo forzoso en sus territorios. Existe una coartada verosímil pero que sencillamente no es real: la medida, arrebatada, asumida de forma abrupta y sin cumplir su justo proceso, busca dar satisfacción no a quienes creen en la España diversa, sino a quienes quieren convertir en extranjeros a millones de compatriotas.
Ojalá me equivoque, pero creo que habrá un sencillo método para comprobarlo. Contemos, a partir de ahora, cuántos discursos conciliadores, fraternales y defensores del Estado de derecho se expresarán en esas lenguas. Y contemos en cuántas ocasiones se recurre a lenguas que no hablan millones de españoles para desafiar nuestro marco de convivencia.
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